La sentencia de la Corte Suprema argentina que el 19 de septiembre de 2016 clausuró definitivamente el intento de JD de llevarse mis hijos a Francia fue sin duda un hito crucial en esta historia porque a partir de ese acontecimiento comenzó otra etapa en mi vida, aunque las amenazas de mi ex marido siguen aún hoy, casi dos años después, como un nubarrón en el horizonte.
Los tribunales argentinos, sin dudar en ninguna instancia, me dieron unívocamente la razón en base a los elementos que presenté en el juicio que demostraban la verdad, es decir, que JD había consentido la radicación permanente de los chicos en este país y luego había pretendido desconocer su propia decisión.
En cambio en Francia el Tribunal de Grande Instance de Cretéil en París, donde se tramitó el divorcio, además de aplicarme una multa por haberlo molestado a mi ex marido le dio el uso vitalicio de nuestra vivienda común en Vincennes más la custodia de los chicos, otorgándome a mí graciosamente la concesión de pasar con ellos algunos días en el año para lo cual yo tenía que radicarme en Francia.
Vale decir que como dije antes esa jueza pretendía que regresara a París con los niños para entregárselos al padre y me viera obligada a mendigar la caridad del Estado francés dado que cualquier aspiración de encontrar un empleo decente era simplemente una utopía en el marco contextual de una imparable ola de exacerbación de la xenofobia – que siempre fue una marcada característica de la sociedad francesa – potenciada por el terror que se desató a partir de las masacres perpetradas por los seguidores de ISIS.
Decidida a seguir hasta donde sea por para proteger a mis hijos apelé esta aberrante decisión ante la Court D’Appel y luego ante la Corte de Casación gastando lo que no tenía en abogados franceses.
Como era de esperar, ambos tribunales siguieron los lineamientos de la política demográfica del gobierno de retener sangre joven a cualquier costo y confirmaron lo resuelto por la primera jueza con insólitos argumentos.
Así, para la Corte de Casación una de las razones más importantes que motivaron el fallo en mi contra fue precisamente la denuncia que hice en este blog acerca de la falta de humanidad de la sociedad de un país que se precia de ser un supuesto paladín de los derechos humanos y de la libertad de expresión.
La Corte de Casación francesa consideró los términos de esta denuncia como injuriosos y ofensivos hacia su país porque desnudaban la realidad de su machismo cultural y el desprecio inocultable hacia las naciones de segunda categoría que se desprendía de las sentencias, impregnadas todas de un tufillo peyorativo hacia la seriedad de los documentos consulares en que habían fundado sus decisiones los jueces argentinos.
Se llegó así a un punto muerto en el que finalizaron con una diferencia de poco más de un año dos procesos que por cierto corrieron por líneas paralelas y por consiguiente nunca coincidieron en un punto que permitiera darle un cierre final al asunto.
Sé que estas cuestiones tribunalicias son quizás aburridas para los que me leen pero son la cara visible de un drama que aflige a muchas mujeres latinas que se casan con extranjeros y para poder para conservar a sus hijos luego de una ruptura deben librar una lucha sin cuartel no sólo contra psicópatas obsesivos producto de sociedades machistas sino también contra sistemas judiciales imbuidos de la misma cultura .
Mas allá del sufrimiento y la angustia permanente, este vía crucis que debí transitar por largos ocho años – y que todavía no termina – me permitió descubrir que algunos «países desarrollados» como Francia lo son sólo en algunos aspectos, pero en otros no solamente están atrasados sino en franca decadencia.
Aunque suene increíble lo cierto es que Francia, un un país que supo ser un faro cultural filosófico y científico en el mundo, que logró avances trascendentes en lo material, es hoy una sociedad en la que el pensamiento colectivo de sus habitantes no ha superado algunos resabios rudimentarios de su barbarismo originario, rasgo éste que se manifiesta en todos los niveles y particularmente en el judicial en el que hasta las juezas mujeres están formadas en el vetusto molde machista que está siendo demolido en muchas partes del planeta.
Recientemente el mundo entero reaccionó ante la inhumana decisión del presidente norteamericano que postulaba medidas inmigratorias cuya consecuencia inmediata era la separación de niños de sus padres, sin embargo en mi caso a las juezas francesas no les tembló la mano para hacer lo mismo.
Ese es el producto de poner mecánicamente a las abstracciones legales y los criterios políticos por sobre los individuos reales, sin contemplación alguna por el sufrimiento que provocan y por la deshumanización de la ciencia jurídica que finalmente en las decisiones de los jueces se desentiende del daño ocasionado a las personas al socaire de obsoletas concepciones ampliamente superadas por la realidad de un mundo que cambia mucho más rápido que la capacidad de adaptación de sus dirigentes.
En fin, como relataré mas adelante, la lucha por la seguridad de mis hijos continúa y aunque mi padre haya logrado una de las reglas básicas del arte dela guerra que es traer el combate legal al terreno propio la obsesión de venganza de JD es siempre una amenaza pendiente que no me permite distracciones porque busca y rebusca la manera de quebrar la valla de protección que mi padre ha levantado mediante un duro trabajo sin descanso y sin tregua.
´